Cuando educamos no solo pretendemos manejar conductas, pretendemos trabajar con el niño capacidades y habilidades que le sirvan en su vida futura.

 

—Mami, hoy me he portado muy bien.

—¡Así me gusta! ¡Muy bien! Te has ganado un premio (o una pegatina, o una carita sonriente…)

—¿Mañana me pondrás otra mami?

—Claro, si te portas igual de bien que hoy. Y cuando tengas cinco… ¡te compro el tebeo!

 

Es vital que pensemos y dediquemos unos instantes a darnos cuenta de qué CREENCIAS estamos contribuyendo a generar en nuestros hijos con lo que hacemos.

Si somos conscientes de que los niños, en su día a día, en función de sus experiencias, van generando creencias y que esas creencias marcarán sus comportamientos futuros, entenderemos la grandísima importancia que tienen.

 

Las creencias que se forman son más importantes que el comportamiento.

 

Puede que una «técnica» funcione para parar o mejorar un comportamiento, pero hemos de averiguar, pensar y reflexionar sobre las creencias que pueda estar generando, porque es ahí donde reside la educación a largo plazo, esa que busca llenar la maleta de los niños de habilidades para la vida, esa que busca capacitarles.

 

Analicemos por tanto los premios.

 

  • ¿Cuál es la razón por la que el niño se portará bien, si lo hace?

Es evidente, pero si no estás convencido pregúntale a un niño.

«Pórtate bien y te compro el helado que tanto te gusta»

«Cuando te portes bien te pongo una estrellita y cuando lleves cinco… ¡vamos al parque ese que te gusta tanto!»

Cambiamos el buen comportamiento (o lo que sea), por algo que le gusta mucho. ¿Qué te sugiere esto? ¿Qué puede el niño estar interpretando sobre cómo funcionan las cosas? ¿sobre la relación entre lo que le piden y  lo que logra? ¿sobre la relación con los adultos?

 

Me porto bien/hago lo que me pides porque quiero el premio (el elogio/el parque/el helado…, la aprobación externa). Posiblemente pediré algo a cambio si no me lo ofrecen. Creeré que tengo derecho a una recompensa externa y si no existe es posible que me sienta mal, desanimado y decepcionado.

 

  • ¿Se valora el esfuerzo si este no da lugar al objetivo que el adulto le ha pedido?

A todos se nos dan mejor unas cosas que otras. Ponemos poco esfuerzo en algo y nos sale; y en otros casos ponemos un montón de esfuerzo para lograr un objetivo y ni con esas. Y a veces ese esfuerzo va por dentro, no es visible a los ojos de los demás, es decir, puede que Juanito se esté esforzando realmente en no perder los estribos otra vez en el parque con Carlitos, y que realmente esté poniendo todo de su parte, pero por razones diversas (entre las cuales podría estar la de que su cerebro no está preparado aún para manejar sus emociones con mayor destreza) no lo consigue y finalmente acaba empujando al otro niño.

Este objetivo es complicado para Juan, ¿qué ocurre entonces cuando a pesar de haberse esforzado (aunque creamos que no ha sido así porque no podemos percibirlo) no lo consigue y se va a casa sin pasar por la heladería a comprar ese helado que tanto le gusta (que era lo prometido si se portaba bien y no empujaba otra vez a Carlitos)?

¿Querrá seguir esforzándose? ¿Considerará que no merece la pena?

¿Qué ocurre cuando lo único importante es el objetivo conseguido? ¿Qué crees que puede interpretar el niño sobre cómo funcionan las cosas? ¿Sobre la importancia de intentarlo e intentarlo? ¿Cómo se verá afectada su autoestima y autoconfianza? ¿Considerará un fracaso no haberlo conseguido?

 

¿Para que voy a esforzarme la próxima vez? No merece la pena. He fracasado. No merezco el premio (el elogio/el parque/el helado…la aprobación externa)

 

  • Con el premio se valora lo conseguido como hemos dicho. ¿Quién lo valora? ¿De quién depende que el niño sienta que ha hecho un buen trabajo?

El premio… vienen de fuera. ¿Nos ayudan los premios a enseñar autovaloración? ¿Qué ocurrirá en el futuro si el niño ha sido siempre valorado en función de los objetivos conseguidos y ha esperado la recompensa, el elogio y la aprobación externa? ¿Se verá condicionado por esa aprobación que va más allá de lo que piensa de sí mismo? ¿Estaremos generando, aún sin buscarlo, adultos complacientes que se muevan por lo que los demás piensen de ellos?

 

Si papá/mamá/el adulto que sea, no me han dicho que lo he hecho bien es que no está bien hecho. No me siento a gusto si no tengo su aprobación. 

  • ¿Qué ocurre cuando esperamos del niño un comportamiento pero no está el adulto presente para «reforzar» esa conducta? ¿Y cuando no haya premio? ¿Y cuando el premio no interese? ¿Veremos entonces la efectividad de los premios a largo plazo?

 

«No hay premio/no me interesa el premio/mi papá (mamá o adulto que sea) no está… así que no tengo razón para hacer esto que quieren»

 

 

  • A veces los premios son hacer algo especial con ellos (ir al cine, al parque o donde sea), y no son cosas materiales, pero… ¿Qué creencia se puede generar a través de esto? ¿Los momentos especiales son un canje porque el niño haga lo que se espera de él?

Los momentos especiales forman parte de nuestra vida juntos, de nuestras ganas de compartir, de darle una sorpresa al otro. Por el simple hecho de ser, por el simple hecho de querernos y de apreciar esos momentos.

¿Qué creencias creéis que pueden generarse cuando se utilizan como moneda de cambio por un comportamiento?

 

Si quiero compartir ese momento especial tendré que conseguir lo que me piden.

Y de nuevo… ¿qué pasará si no lo consigo aún a pesar de haberlo intentado?

¿Cómo me sentiré al serme negado ese momento especial solo por no haber conseguido lo que se me pide?

 

El premio es una forma de control hacia el niño. La otra cara de la moneda del castigo.

Los premios funcionan para manejar comportamientos (al menos a corto plazo), pero no funcionan para crear creencias de autovalor, autoresponsabilidad ni autoestima. Y cuando el niño no consigue los objetivos con facilidad, de hecho, estas creencias se verán afectadas negativamente.

 

* Para que te portes bien tengo que pillarte haciéndolo bien y premiarte.

* Para que te portes bien tengo que pillarte haciéndolo mal y castigarte.

 

¿Probamos mejor a acompañarle y guiarle?

¿Nos ocupamos de buscar mejor el entendimiento, la complicidad y la participación del niño buscando juntos soluciones en vez de canjear su comportamiento por algo que le interese pero que no genera auto responsabilidad?

¿Buscamos mejor crear habilidades que le sirvan hoy y mañana? ¿Que generen autoestima, auto valoración, pensamiento propio y crítico…?

 

Actuando de otras formas…

—Mami, hoy me he portado muy bien.

—Me he fijado, sí. ¿Cómo lo has conseguido?

—No sé… igual es porque estuve mas concentrado pintando y entonces no me aburrí…

—Pues quizás hemos descubierto algo que te ayuda: concentrarte en algo que te guste mucho. ¿Puede ser? ¿Qué te parece?

—Pues sí mami.

—Enhorabuena, creo que has descubierto una forma de hacer las cosas. ¿Cómo te sientes con eso?

—Pues… me siento bien.

—¡Genial! Sigue contándome que tal te va con esa nueva técnica, ¿vale?

 

Hemos ayudado al niño a extraer un recurso que usó (seguramente sin ser consciente de ello. Al preguntarle hacemos que sea consciente y pueda reutilizarlo cuando lo necesite), hemos preguntado cómo se siente al respecto con lo que le señalamos de alguna forma su propia responsabilidad sobre su comportamiento (lo que haces te hace sentir bien o no) y estamos fomentando su autoestima (puesto que ésta se basa en la confianza en uno mismo que conseguimos cuando afrontamos problemas y buscamos soluciones en cada oportunidad en que cometamos un error)

 

—Me he fijado en que hoy no ha ido muy bien la cosa con Carlitos —dice el papá.

El niño agacha la cabeza. Sabe que ha terminado dándole una patada a pesar de que se había propuesto no hacerlo.

—¿Quieres contarme qué ha pasado?

—Es que… siempre me está insultando.

—Debe ser bastante molesto.

—¡Pues sí! —dice enfadado.

—¿Darle una patada resolvió la situación?

—No, la profe me riñó y nos separó.

—Entiendo. La cosa se puso fea ¿eh?

—Sí.

—¿Crees que podrías haber hecho alguna otra cosa que si os sirviese para resolver?

—Hummmm, le voy a decir que no quiero que me insulte más.

—Parece una buena idea. Pero si aún así te insulta ¿qué podrías hacer tú?

—Voy a irme para otro sitio…. Papá… siento mucho haberle dado una patada otra vez… —dice cabizbajo.

—Lo sé. Pero ¿sabes qué? Tienes más oportunidades para hacerlo de otra forma. Inténtalo de nuevo. Creo que tus ideas pueden dar resultado. Y si necesitas ayuda para buscar otras aquí me tienes —le dice su papá guiñándole un ojo—. Hay cosas que nos cuestan más que otras, a mi también me pasa. Nos pasa a todos. Sigue intentándolo, estoy seguro de que lo conseguirás.

 

¿Cuál es la diferencia con ofrecerle un premio por no darle una patada a Carlitos? ¿Qué creencias sobre sí mismo, sobre sus padres y sobre cuestiones como el fracaso está generando?

¿Se siente apoyado y motivado para cambiar la conducta? ¿En que se apoya para ese cambio? ¿En que quiere algo a cambio o en querer mejorar, en sus ideas…?

 

 

Ahí os dejo por hoy todas estas preguntas y reflexiones porque según yo creo los premios relucen mucho, pero…

NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE

 

©Ana Isabel Fraga 2017. Todos los derechos reservados.