En esta sociedad perfeccionista y exigente en la que vivimos ser diferente es un handicap. Ser diferente es una tara. Ser diferente es algo que hay que cambiar.

Y no lo digo por decir, lo digo porque lo he experimentado muchas veces en mi propia piel y a través de la piel de mis hijos también, que por si no lo sabéis o recordáis tienen algunas características que los hacen algo diferentes (podéis leer un artículo sobre ello aquí y otro más aquí).

Digamos que hay un grado de sensibilidad (o de lo que sea) aceptable, fuera del cual comienzan los cuchicheos, los dedos que señalan… en definitiva ¡la no aceptación!

Y resulta muy duro no sentirse aceptado, algo que todos hemos experimentado en mayor o menor medida, en un momento o en otro… Algo que muchos de nuestros niños han experimentado también.

Por eso quiero analizar con vosotros

la diferencia abismal entre lo que significa encajar y lo que significa pertenecer, por qué lo necesitamos y cómo lograrlo.

¿Por qué necesitamos ser aceptados? 

Para el ser humano hay una necesidad absolutamente básica, la necesidad de pertenencia.

O lo que es lo mismo, la necesidad de sentirse aceptado, querido y parte importante del engranaje de nuestro entorno (ya hablemos de la familia, del colegio o de cualquier otra «estructura» humana)

Necesitamos sentirnos amados, tenidos en cuenta, importantes, parte de algo más grande que nosotros. Que se nos considere y que se nos ame, puesto que el amor va inevitablemente unido a la pertenencia según cuenta Brené Brown en su libro «Los dones de la imperfección» y basado en sus investigaciones.

De hecho la psicología adleriana (de la que parte la Disciplina Positiva) nos dice que todo comportamiento proviene de la necesidad de sentir esta pertenencia.

¡Fijáos cuán importante es!

Pero por sentir esto a veces podemos pagar un precio muy alto…

El precio de convertirnos en quienes no somos, solamente para encajar en ese puzzle.

Dejar nuestra autenticidad por el camino tratando de parecernos a quienes nos han rechazado, tratando de no destacar, de no sobresalir, de no mostrar más que lo que está bien visto, de esconder lo que parece que nos hace imperfectos a los ojos de los otros, lo que nos provoca la vergüenza de no ser quienes se espera que seamos.

Desgraciadamente este desproporcionado esfuerzo por moldearnos al gusto de los otros no tiene la recompensa que esperábamos. Puede que comencemos a encajar, puede que a fuerza de empujarnos logremos meternos en el lugar en el que se espera que estemos. Pero no lograremos sentir que pertenecemos, porque en realidad sabemos que eso que estamos mostrando no somos nosotros, porque sentimos que no damos la talla.

Encajar se convierte en una falacia, una mentira que solo nos hace parecer dentro del puzzle, cuando en realidad estamos muy lejos de él y nos sentimos cada vez más solos.

Aunque hayamos logrado que nos acepten, en realidad lo que están aceptando no es a nosotros, sino a una máscara, y lo sabemos. Y nos duele. Y no es lo que buscamos. Pero nos resulta fácil caer en esa trampa.

Y es que para sentir eso que es tan importante para todo ser humano, la pertenencia, es requisito fundamental que se nos acepte por lo que somos, por quienes somos, no por quien les gustaría que fuésemos. Es requisito indispensable no abandonar lo que nos hace auténticos.

Sin autenticidad no hay posibilidad de encontrar ese sentimiento de pertenencia. 

Sentir pertenencia por tanto no es lo mismo que encajar

Pero hay más, sí, hay algo más. Sin el amor a nosotros mismos, sin la autoaceptación, tampoco podemos sentir eso que tanto anhelamos, pues desde aquí se construye nuestra autenticidad.

Y la verdad de todo esto es que todos somos diferentes, que no hay dos personas iguales y que todos merecemos que se nos acepte por quienes somos, por lo que somos.

Que…

podemos aceptarnos aquí y ahora porque no hace falta que seamos más listos, más delgados, más guapos, más exitoso o más lo que sea para aceptarnos. Porque así, tal cual estás y eres ahora mismo, mereces que te quieran.

Mejor, por tanto, volcar nuestros esfuerzos y nuestra energía en tratar de encontrar nuestro Ser auténtico y ser tan revolucionario como para cultivar el amor hacia uno mismo y la autoaceptación. Mejor dejar de tratar encajar, de meternos con calzador en un puzzle que sencillamente no está hecho para nosotros por rígido y por condenar a las personas a ser solamente quienes se espera que sean y no quienes son en realidad.

Nuestros niños necesitan sentir que pertenecen, así, desde su individualidad, desde su autenticidad, desde la maravillosa expresión de su ser.

Nosotros, los papás y mamás, necesitamos sentir que pertenecemos, así, desde nuestra individualidad, desde nuestra autenticidad, desde la maravillosa expresión de nuestro ser.

 Porque como dice mi querido Dopi…

 «Lo que te hace diferente es lo que te hace especial y único»

©Ana Isabel Fraga 2017. Todos los derechos reservados.