Educar no es fácil; es una tarea repleta de retos. Y cuando tu hijo (o tus hijos) tienen algunas características que les hacen diferentes, cuyas exigencias son mayores o simplemente fuera de la norma, la tarea se intensifica.

 

Y pasas, como madre/padre por distintas etapas.

Primero te preguntas qué está pasando y por qué está pasando. Buscas por todas partes información, ayuda…

Y una vez que sabes lo que ocurre, te toca seguir buscando; buscando los cómo y los qué.

¿Cómo puedo ayudarle? ¿Qué puedo hacer?

Mis hijos, ambos, tienen altas capacidades y sus necesidades son diferentes en algunos aspectos, mucho mas intensas…; podéis leer una parte de mi experiencia en este artículo.

Su emocionalidad es alta (muchas veces altísima), y por tanto los retos a los que nos enfrentamos día a día con este tema no suelen ser sencillos, así que en nuestra casa este tema es casi una «asignatura»: se habla de emociones, se tratan de entender, de validar, de manejar… En este otro artículo que escribí para la plataforma de apoyo a las altas capacidades cuento mi propio camino como persona intensamente emocional y cómo tratamos de gestionar la emocionalidad en casa.

La intensidad en todas sus variantes forma parte de mi vida (interior y familiar)

No es fácil. Hay días muy estresantes y agotadores. Hay días en que manejas las cosas de fábula y otros en los que te gustaría haberlo hecho mejor. Hay días en los que ríes y otros en los que lloras.

 

Pero sea la razón que sea la que hace a tu hijo especial, quiero compartir contigo lo que he aprendido durante estos años (estoy segura de que este post tendrá más de una secuela, pues os aseguro que no paro de aprender con cada nuevo reto que estos peques me plantean) y que creo que puede ayudarte a ti también.

 

  • Si no trabajas la autocompasión y el ser amable contigo mismo, empieza a hacerlo ya y tómalo como prioritario. No sólo por el increíble aprendizaje que eso supone para ellos (que ya sabemos que son como esponjas y tu comportamiento es la mejor de las enseñanzas) sino por tu equilibrio emocional, básico de pura necesidad para afrontar el día a día de la mejor forma posible, que como os decía antes puede ser de bastante vaivén.

 

Autocompasión

 

 

  • Cuídate mucho, mucho, mucho. Y un poco más; sal a caminar o haz cualquier otra actividad que te haga estar en contacto con la naturaleza y te ayude a moverte un poco, porque eso produce bienestar y relajación (y a los niños también 😉 ); cuida tu cuerpo con diligencia alimentándote bien; procúrate algunos momentos de tranquilidad; aprende a desechar los pensamientos que te hacen daño… Y cuando no puedas hacer nada de todo esto (o no como a ti te gustaría) no te castigues y vuelve al punto uno: ten compasión de ti misma.

 

  • Permítete sentir. Acepta tus emociones sean cuales sean porque sentir está bien, sea cual sea la emoción. Puede que un día estés hasta las narices, que te apetezca salir corriendo o irte a una isla desierta, y eso está bien, no es nada malo. Sencillamente estás cansada, agobiada, agotada, necesitas un respiro… ¡Atiende esa necesidad del mejor modo que puedas y sigue adelante! Y sobre todo no te culpes por sentirte así.

 

Sentir está bien.

  • Los errores están a la orden del día: todos los padres nos enfrentamos a retos ante los que no sabemos cómo actuar y el hecho de tener que enfrentar necesidades que quizás ni habías contemplado nunca, lo hace un poco más complicado, quizás porque uno suele probar cosas que se supone que funcionarán y te encuentras con que no es así. Por eso a veces la prueba – error es quizás más habitual. Y cómo afrontes ese error puede producir un cambio vital, pues si lo asumes como fracaso o lo utilizas para hacerte daño a ti mismo no aprenderás a mejorar. Es importante entender que meterás la pata, y que eso está bien, no es nada malo; forma parte del hecho de ser humano. Recuerda estas palabras cuando hayas metido la pata o no lo hayas hecho como te hubiera gustado:

 

Estamos esforzándonos por hacerlo lo mejor posible, aprendemos de los errores y nos superamos. No somos una familia perfecta, pero somos capaces de darnos otra oportunidad siempre, de pedir disculpas y de buscar soluciones de forma conjunta, y con eso no hay problema que nos pueda 🙂

  • Conocer lo que ocurre es fundamental a todas luces, para tomar las decisiones que mejor puedan ayudar a nuestros hijos, así que leer sobre su particularidad, acudir a charlas, cursos, etc.  puede cambiar mucho la situación.

 

  • Aprende que pedir ayuda es necesario en muchas ocasiones y hazlo cuando lo sientas así. Ya sea para tomarte un respiro o para hacerte con nuevas ideas que puedan mejorar alguna situación compleja que no sabes como encarar, para acudir a un especialista o para lo que sientas que es necesario.

 

  • Acepta a tu hijo tal y como es porque tiene mucho que ofrecerte a ti y a los demás; que es su modo de estar y ver el mundo el que le hará aportar mucho. Y desde esa aceptación ayúdale y deja que también él te enseñe, porque son grandes maestros (y es que te llevan a ver las situaciones con mucha mayor profundidad y desde otros enfoques) Y no te castigues (de nuevo vuelve a la autocompasión) si alguna vez pensaste que te gustaría que las cosas fuesen de otro modo, porque nos pasa a todos y eso no es malo, solo humano. A veces este punto no resulta fácil porque en nuestra cabeza casi siempre hay unas expectativas de cómo serán las cosas. Bueno, es hora de darle una patada a las expectativas y ver lo que hay realmente, porque quizás esas expectativas tampoco te estén dejando ver todo lo bueno.

 

  • Cambia tu modo de entender la educación. Apuesta por la firmeza unida al amor, porque se puede ser firme con cariño. Lo que dices es importante, y cómo lo dices también. Recuerda ser amable y conectar con los sentimientos del niño para comunicarte.

 

  • Trabaja con el miedo al qué dirán: respira hondo ante las opiniones de los otros, que  no están en tu casa día tras día con tus hijos. Cuando alguien ve una situación complicada con tu hijo está tan solo viendo una pequeña parte de él e interpretándola según su esquema mental y según sus conocimientos sobre el tema, que pueden ser entre nulos, mínimos o literalmente equivocados. Estoy segura de que quien vea la rabieta explosiva y descontrolada de un niño al que simplemente se le ha interrumpido cuando estaba concentrado, podría pensar que es un «caprichoso», que «necesita mano dura», que está «mal educado», que se le tiene «mimado», que sus padres son muy permisivos y le consienten o algo parecido… Pero yo sé, que cuando a mi hijo pequeño le pasan estas cosas son debidas a una particularidad de las altas capacidades que nos esforzamos por trabajar; pero los demás no tienen porqué saberlo. Esta es una tarea complicada, porque los juicios a veces vienen de nuestro entorno más cercano. Y eso… eso duele; puede doler mucho. Imaginaos tener que soportar este tipo de comentarios cuando además te dedicas a la educación… ¡Uffff! Realmente difícil. Y de aquí, grandísima lección que a mi personalmente me ha ofrecido aún más convicción y fuerza para emplear esta empatía con los papás y mamás con los que trabajo:

No juzgues a otros padres; no sabes por lo que están pasando; no conoces su situación ni su día a día.

Antes de juzgar ofrece tu ayuda y tu experiencia, tu cariño y tu comprensión.

 

  • No descuides tu propia evolución, tu crecimiento, tus sueños… porque todo lo que crezcas y camines será un espejo en el que se mirarán tus hijos.

 

  • Diviértete. Porque se nos olvida, se nos olvida demasiado. Siempre preocupados, siempre dándole vueltas a las cosas… Y disfrutar es vital, así que siempre que tengas oportunidad hazlo 😉

 

  • Enfócate en lo que quieres crear y construir, más que en lo que falta, no tienes o no está bien; es decir, enfócate en tus objetivos y en cómo trabajar en ellos: en cómo entrenar las habilidades emocionales con ellos, escucharles, estrechar lazos, entenderles… Enfócate en sus fortalezas y señálalas; ayúdales a expandirlas y a que ellos aprendan a apoyarse en ellas.

 

  • Háblales de las fortalezas y las debilidades de su forma de entender la vida con naturalidad, porque esconder quiénes son solo les confundirá y quizás les haga sentir que son bichos raros. ¡Y no lo son!

 

 

Para educar niños especiales necesitamos aún más calma, aún más paciencia y aún más constancia de la que ya es necesaria en general; tener presente sus particularidades, apoyar su individualidad y aceptar su ser tal cual es.

Y todo eso a partir de un trabajo pausado y amoroso con nosotros mismos; un trabajo de evolución constante. Un trabajo de cambio en la relación con nosotros mismos: cree en ti con la fuerza de un huracán, trátate con cariño, date siempre otra oportunidad… porque tu labor dentro de tu familia es un reto que te impulsará a zonas de ti mism@ que ni siquiera conocías.

 

© Ana Isabel Fraga Sánchez 2016. Todos los derechos reservados.