Creo que todos nos hemos encontrado con aquello de ¡no pienso hacerlo! cuando le dices a tu hijo que se vista o que vaya a ducharse o cualquier otra cosa. Y si tienes un niño o niña de carácter entonces es posible que lo hayas oído muchas muchas veces, y hayáis acabado en un bucle de pérdida de nervios que os hace sentir mal a todos los implicados y que muy probablemente no haya terminado con esa ducha o esa ropa puesta, o sí pero de muy mala manera.

¿Qué podemos hacer ante esto? Comparto contigo algunas ideas fundamentales para llevar esta situación de una forma más agradable y sobre todo de una forma que nos llevará a conocernos mejor, a disfrutar más de nuestra relación con el peque y a mostrar habilidades sociales, relacionales y emocionales.

¡Ojo con lo que interpretas!

Debes tener cuidado con interpretar esta situación como que el niño está comportándose así para chincharte, porque es un rebelde o porque tiene muy mala leche. Habitualmente tiene una explicación, aunque ¡ojo!, puede que para ti no sea importante o te parezca una tontería. Una relación basada en el respeto comienza por entender que lo que al otro le importa es importante, por mucho que tú opines lo contrario.

 

Siempre hay algo detrás

Por eso, siempre hay una razón. Y la cosa es ponerse las gafas de investigador y ver qué está pasando.

Puede ser por agotamiento, porque se fueron al traste sus rutinas, porque hay mucho ruido o estímulos que le han llevado a un estado de estrés.

Puede que tenga un mal día, que le preocupe algo, que tenga miedo, que se haya puesto nervioso, que le haya pasado algo, que lleve todo el día con una camiseta que tiene una costura que le está «matando»…

Ten en cuenta que la sensibilidad que muchas veces acusan nuestros niños de carácter puede tener mucho que ver.

Pero también puede ser que le hayas interrumpido cuando estaba en medio de un proyecto, un juego o incluso un pensamiento. Que le hayas metido prisa no permitiéndole tomarse el tiempo necesario para ir relajado, que tú estés de mala leche, que le hayas hablado mal, que haya interpretado que estabas enfadada o cualquier otra cosa que le ha bloqueado y ha activado su estrés.

Ponte a averiguar y una vez que creas saber qué es, trata de comentárselo, a ver si estás en lo cierto. Te darás cuenta porque enseguida cambiará su gesto por uno que indicará que se siente escuchado. Eso sí, díselo desde una actitud de comprensión, no de acusación. Importante esto.

Y ahora que ya lo sabes actúa en consecuencia. 

  • Dale opciones: a lo mejor le gusta más bañarse a otra hora del día y es viable hacerlo, por ejemplo. O quizás prefiere escoger la ropa que va a ponerse (o podéis ir a comprarla juntos cuando toque para que no lleguen a casa esos vaqueros que odia porque «le duele la piel» con ellos). Cuanto más pequeño opciones más cerradas (entre dos cosas por ejemplo)
  • Negocia todo lo que pueda ser negociado.
  • Mantente firme en lo que no es negociable. Pero ojo con esto, debes dedicarle un tiempo a valorar si lo que no es negociable para ti en realidad es así, que a veces nos empecinamos en cosas. Y incluso en lo no negociable hay pequeñas partes que sí lo son. Por ejemplo, puede que no sea negociable el hecho de hacer las tareas que tienen asignadas en la casa, pero sí puedes negociar con ellos en qué horario prefieren hacerlo si es posible por la logística familiar, o si prefieren hacer una cosa antes que la otra, o si se turnan con sus hermanos en determinadas tareas en vez de hacer siempre las mismas… Toda esa flexibilidad ayuda al ambiente familiar, a vuestra relación y a tomar habilidades para la resolución de conflictos entre otras cosas.
  • Y mantente firme en lo que habéis negociado. Podéis revisarlo después de una semana o más para ver si funciona, pero negociar cada día la misma cosa no es buena idea. Más que nada porque eso ya no es negociar, es otra cosa.
  • No confundas firmeza con órdenes secas y desagradables. A nadie nos gusta que nos den órdenes y a los niños tampoco. A los niños de carácter les provoca una energía de rebeldía muy potente. Puedes usar preguntas a cambio, por ejemplo en vez de decir ¡vístete!, podemos preguntarle ¿qué hay que hacer después de desayunar?. La firmeza consiste en mantenerse coherente con lo establecido y acompañar al niño a lograrlo. Es cuestión de buscar nuevos recursos.
  • Dale recursos para manejar el estrés, para expresar su desagrado ante algo de forma correcta y respetuosa, para conectar con lo que siente y poco a poco aprender qué hacer con ello en vez de dejarse reaccionar. Es decir, entrena las habilidades de inteligencia emocional, relacionales y sociales. Y siempre desde el propósito de enseñar, no de reprochar.
  • Incúlcate el respeto. Úsalo como una bandera, comenzando por el respeto a ti misma y extendiéndolo al resto de las personas y las situaciones por las que pasáis.
  • Escúchale.
  • Ten tiempo para el cariño. O sea, para abrazar, besar, decir te quiero, sentaros juntos, hacer cosas juntos… Cuida tu relación con tu hijo o hija por sobre todas las cosas.  Que a veces nos liamos a reñir todo el día y no nos damos cuenta de lo desesperanzador que es eso hasta que no nos paramos a pensarlo.
  • Maneja tu propio estrés, que a veces vamos a mil y pasamos por la vida como un tornado, y esto a nuestros niños sensibles les afecta mucho. Y seguro que a ti también. Baja el ritmo.
  • No te lo tomes como algo personal, que no lo es.

 

©Ana Isabel Fraga 2020. Todos los derechos reservados.