Como madres y padres lo que queremos (está clarísimo) es lo mejor para nuestros hijos/as y este verano he tenido la oportunidad de reflexionar ampliamente sobre lo que hoy os quiero contar.

Tratamos de que sean educados, de que se comporten de forma adecuada en cada circunstancia, que sean ordenados, que coman de todo, que decidan con sabiduría, y tantas otras cosas que sabemos que serán buenas para su vida, para su futuro y para su felicidad.

Pero, estaréis conmigo, en muchas ocasiones acabamos por convertir esto en el foco del día a día y perdemos de vista el esfuerzo que están haciendo por lograr cosas. Y digo el esfuerzo, porque a veces eso nos lleva a lograr el objetivo pero otras veces no.

Que los niños logren un objetivo no es tan importante como el esfuerzo que están poniendo por lograrlo.

Y finalmente pueden sentir que su esfuerzo no vale la pena o que lo hacen todo mal, porque lo que no les sale o aquello en lo que se equivocan pesa mucho más que lo que les sale y aquello en lo que aciertan.

Es aquí donde perdemos uno de los ingredientes esenciales de una educación de respeto mutuo y conexión:

El ánimo

Ánimo, aliento, motivación…

Está claro que necesitamos poner límites, pero sin ánimo es como tratar de obtener manzanas de un manzano al que no se riega, ni abona.

Y no se trata de «Muy bien, lo has hecho fenomenal». Se trata más bien de observar, ver y decir lo que vemos que está haciendo, de agradecer, de mostrar confianza…

«Se nota todo el esfuerzo que estás haciendo por tener tu habitación recogida»

«Te agradezco que me ayudes a llevar la compra»

«Confío en que puedes resolver esto»

Con esto, que se nos pasa por alto tantísimas veces, estamos logrando que el niño se sienta visto, alentado y motivado.

Y es que…

Nos centramos en el comportamiento (en el mal comportamiento), a veces buscando desesperados qué hacer en esos momentos, cómo reaccionar, cómo frenarlo en el momento en el que ocurre. Y no vemos más allá, no vemos más profundamente.

 

Sumergidos en el día a día, en el cansancio y en el ajetreo diario (sin olvidar la presión del entorno) nos dedicamos a apagar fuegos y centrarnos en lo que está mal, lo que hay que corregir.

Y es taaaaaaaan fácil que esto ocurra….

⇒ A nuestro favor diré que esto es muy humano y que nuestro cerebro está diseñado para ver lo negativo, porque eso es lo que nos permite sobrevivir: si vemos lo que está mal será más fácil que no se nos pase una y podamos corregir lo que puede ser un peligro para nuestra supervivencia. Y aunque esto no tenga que ver con esa supervivencia, ahí está el diseño de nuestro cerebro; ahí está para todas las áreas de nuestra vida.

 

Por eso no es extraño que ocurra esto, y es nuestra responsabilidad y labor del día a día tomar el volante de nuestra mente y forzarla a trabajar en este otro sentido.

Debemos además saber que esto no solo no ayuda a mejorar el mal comportamiento, sino que lo suele empeorar. Porque el niño siente que tiene nuestra atención plena cuando mete la pata o no se comporta como esperamos, o entramos en una lucha de poder, o quizás se siente herido y busca una revancha… (Podéis leer más sobre el mensaje oculto tras el mal comportamiento aquí)

Por tanto el ánimo es fundamental. Pero os había hablado de dos ingredientes imprescindibles. ¿Cuál es el otro?

La Conexión

A mi modo de ver la conexión  es una amalgama de estos otros tres ingredientes:

  • La Empatía

Ponernos en su lugar, entender cómo se siente, escuchar sin juzgar… Aunque no estemos de acuerdo con lo que ha hecho, porque una vez hemos empatizado luego sí podemos dar nuestra opinión, expresar lo que sentimos o pensamos de la situación, buscar juntos soluciones… Pero sin empatía, sin ponernos por un momento en el lugar del otro, la comunicación se entorpece, se complica o directamente se anula,  y ya no hay posibilidad de diálogo o de búsqueda de soluciones. (Lee más sobre esto aquí)

  • El amor incondicional

El amor no debe jamás estar ligado a lo que los niños hagan o dejen de hacer. Les queremos siempre, eso está claro, pero además ellos deben saberlo y debemos demostrárselo. (Lee más sobre esto aquí)

  • La aceptación del niño por quién es

Aceptar su carácter, lo que se la da de perlas y también sus handicaps y dificultades, no como conformismo o inmovilismo, sino como base sobre la que trabajar. Imposible que crezca o mejore aquello que rechazamos, porque el rechazo produce barreras, juicios y sentimientos de ser inadecuados que muchas veces nos llevan a tratar de «encajar» como sea (lee más sobre esto aquí). Mal base para construir.

 

Esto construye una buena relación con nuestros hijos; desde estas «raíces» y esta «tierra abonada» todo es más sencillo y marcar límites es posible.

 

Reconozco que este concepto no está muy arraigado en nuestra sociedad (aún) y a todos nos cuesta. No es solo nuestro cerebro tendente a ver todo lo que hay que corregir, es también el bagaje cultural y las costumbres, que nos llevan en piloto automático. Y también la presión del entorno que de alguna forma nos fuerza a querer demostrar lo buenos padres que somos y lo bien que se portan nuestros hijos.

 

No muchos nos libramos de esto (quizás nadie), pero esto no ha de servirnos para justificar nada, sino para entender por qué y de dónde viene todo esto y a partir de ahí realizar los cambios pertinentes. Cambios por otro lado que no harán que lo logremos siempre porque vamos a cagarla, sí, así es.

Pero en esos momentos solo aplícate a ti mism@ estos dos ingredientes: anímate mirando tus esfuerzos y reconociendo lo logrado, conecta contigo aceptándote, amándote incondicionalmente (ya sabes, a pesar de los errores) y empatiza (quizás puedas decirte a ti mismo que todos metemos la patona, que nadie se salva de ello).

Esta es una base fundamental para cualquier relación: ya sea con tus hijos, con tu pareja, con tu familia de origen, con tus amigos, con tus compañeros… y contigo mism@.

© Ana Isabel Fraga 2018. Todos los derechos reservados

 

Si sientes que la paciencia te ha abandonado….

«Multiplica tu paciencia sin caer en la permisividad»

 

la permisividad»