Léelo solo si te has sentido siempre diferente.

Llevo unos meses en silencio. No total, pero casi.

Un silencio derivado del dolor, así, con todas sus letras.

Y no ha sido un solo dolor, sino la confluencia de distintas facetas que ¡cómo no!, han provocado chopocientas reflexiones, conclusiones y revisiones situándome en un momento de crisis vital, de cuestionamiento profundo de muchas cosas.

¿Te suena?

No es para menos, dadas las situaciones que me ha tocado vivir durante estos años, pero sobre todo dadas las características de mi persona, porque está claro que no a todo el mundo le afectan/influyen las cosas de la misma manera. Y si te lo cuento es porque a lo mejor puede serte de ayuda, si es que te sientes identificada conmigo.

Confieso que mi intensa empatía, mi gusto por ayudar, complacer y resolver, además de mi inexplicable incapacidad para ver la maldad me han situado algunas veces en circunstancias poco agradables, que después me ha costado digerir y encajar.

Si sumamos un gran perfeccionismo y autoexigencia, el cóctel se vuelve explosivo.

Así soy yo. De movidas intensas, porque soy una mujer realmente intensa, con una gran profundidad de pensamiento y una arborescencia mental digna del más poblado de los árboles. No hablemos ya de mi forma de sentir, también intensa, por supuesto.

Y conste que no estoy dando a entender que soy una santa o que no tenga defectos, porque evidentemente no es así. Pero esto no es lo que viene al caso.

Así las cosas, y desde que recuerdo, encajar en esta sociedad se me hizo bola. 

Y solo encontré una forma de hacerlo. Esa que tantas personas altamente sensibles y/o neurodivergentes en todas sus formas también han adoptado: someterse a las normas, expectativas y condicionamientos neurotípicos. O lo que es lo mismo, dejar de ser tú para que te acepten.

Y, ¡oh, sorpresa!, las altas capacidades no ayudan mucho en esto. Porque te hacen convertirte en una experta en mimetizarte, en crear una máscara tan elaborada y bien cosida que ni siquiera tú llegas a saber que en realidad no eres esa persona.

Y te cuesta comprender el porqué de tu ansiedad interior, para la que cada día necesitas una mayor dosis de energía que la mantenga a raya, al menos en el exterior, porque en el interior crece y presiona sin parar en estas circunstancias.

El mundo está hecho para normotipicos.

Ojalá hubiese sabido esto hace muchos años, cuando era niña (allá por el Pleistoceno, ya). Pero ya sabemos que lamentarse por lo que pudo ser y no fue no cambiará las cosas. Así que, más bien tímidamente, empecé a tomar decisiones, considerablemente precipitadas después de toparme la cara mala de una persona, que me pilló totalmente desprevenida y a la que permití que me tratase mal. Esto me ocurrió en redes sociales, y no fue alguien desconocido o un hater, no, qué va. 

¡Ay! La necesidad de ser amable y cariñosa con todo el mundo, de complacer y de sostener, esa costumbre de disculpar al otro o de autoculparse y cuestionarse a la mínima de cambio… En estos casos puede ser acicate para tolerar lo intolerable. ¿Te ha pasado a ti? A mí bastante más de lo que me gustaría.

Pero, finalmente fue el tortazo que necesitaba para acabar de comprender. Un tortazo, debo decir, colofón de otros muchos.

La vida es así, tiene sus ostias con la mano abierta, en plan ¡espabila ya!

Y hoy me he encontrado con esta frase:

“Qué belleza guardan aquellos que no encuentran su lugar fácilmente entre  tanta gente. Tal y como está el mundo, es un privilegio no encajar”.  Es de Alejandra Pizarnik y la encontré en @cultureando.

Y esa es mi decisión más valiente: He decidido que encajar ya no será más un objetivo.

Claro, esta decisión es muy consciente, y me tocará ir descubriendo todas esas cosas inconscientes que durante toda mi vida he construido para encajar, derribar todas esas creencias que se han ido formando, bien arraigadas, sobre lo que está bien y está mal, sobre lo aceptable y lo que no lo es, sobre las expectativas de otros y las mías propias.

Porque tampoco es que antes no estuviese trabajando con poner límites o con permitirme ser quien soy. No. Pero quizás ahora la vida me ha empujado a verlo con mayor profundidad y me ha costado siempre, al parecer, desprenderme de la idea de que no cumplir con las pautas impuestas, las expectativas del entorno y la sociedad era tanto como no ser apta, o no ser suficiente… ¡Menudo muro!

Que si algo me estresaba o me provocaba angustia tenía que plantarme allí y superarlo para no catalogarme como cobarde o como alguien que huye. Lo que no sabía de esto, es que si bien enfrentar los miedos es algo saludable (si no lo haces a lo bestia, claro, que todo tiene su punto), someterse a lo que te provoca estrés de forma constante puede no resultar nada saludable. En algún momento confundí lo uno con lo otro supongo.

Y hay entornos, situaciones, estímulos, que son desagradables para mí y que no tengo por qué “superar”. Muchos más que para otras personas y en una intensidad mayor que para esa gran mayoría también. Por eso, la primera pregunta sería: ¿Es esto algo necesario para mí?

Tomar una decisión así además te coloca frente a la mayoría. La imagen mental que viene a mi cabeza (sí, pienso mucho en imágenes) es de un montón de personas en masa  mirándome con cara de desaprobación, y yo sola, frente a ellos. Aunque sé que no estoy sola, que hay muchas más personas que se sienten diferentes y que han estado tratando de encajar probablemente toda su vida.

Y es que cuando eres diferente, generalmente y salvo que te hayan educado en el valor de la diferencia y te hayan permitido ser quién eras, tratas de evitar serlo y dedicas a ello mucha energía, incluso mucha más de la que crees, porque esto está lleno de procesos subconscientes que actúan en automático. Una buena parte te la pasas haciendo esto y otra buena parte te la pasas sintiéndote inadecuado.

Pero una vez que te haces consciente es inevitable que acabes rompiendo el patrón. Todo comienza a resquebrajarse, a veces lentamente y por partes, a veces en plan terremoto destructor…  No existe una sola manera, ni dos ni tres. Supongo que hay una por cada persona que lo experimenta.

Es el derecho a ser. Punto. Y cabrea (o entristece, o quizás las dos cosas o alguna más…) darse cuenta de que has estado escondiéndote y rechazándote de alguna manera.

Por eso dejé las redes aparcadísimas. La exposición brutal, la atención desmedida a la cantidad de mensajes, el tiempo colapsado.

El mundo entero te dice lo que tienes que hacer y cómo lo tienes que hacer.

Era y es demasiado para mí.

Hay mucho que hacer, pero la decisión está tomada.

Abriré grupo para mujeres intensas, sensibles y/o neurodivergentes donde poder hablar en confianza y reunirnos para compartir. O eso tengo pensado.

© Ana Isabel Fraga 2023.Todos los derechos reservados.