—¿Se puede saber por qué has pegado a Emilio? —dice la madre muy enfadada y levantando visiblemente la voz.

—Porque es un idiota, por eso. 

—¡Ah! ¿Encima le insultas? No sé cómo no te da vergüenza esta forma de comportarte. Esto no es lo que te hemos enseñado en casa. ¡Vete ahora mismo a tu habitación y ni se te ocurra salir hasta que hayas pensado bien en lo que has hecho! Y después vas a ir inmediatamente a pedirle perdón.

—¡No pienso ir!

—Claro que irás, quieras o no. ¡Solo faltaba! Y ya veremos cuántos días te quedas sin consola. A ver si así aprendes que no se pueden ir dando patadas a diestro y siniestro. ¡Vamos, hombre!

El niño se marcha corriendo a su habitación llorando y muy enfadado.

 

Si la semana pasada hablábamos de la efectividad de los premios y reflexionábamos sobre ellos, hoy vamos a hablar de su hermana: los castigos.

 

Y digo hermana porque tanto premios como castigos proceden de los mismos padres:

  • el control del comportamiento (consigo que te portes bien si te pillo haciéndolo mal y te castigo)
  • la importancia primordial de modificar la conducta sin tener en cuenta las creencias que estamos generando.

 

«El castigo es necesario para que aprendan», me dijo hace tiempo una profesora de primaria. E insistió: «Si le quitas algo que le guste mucho entenderá que lo ha hecho mal»

La reflexión desde ese punto de vista es que un niño para aprender ha de sufrir, ha de sentirse culpable, triste, dolido…

Porque…

Sentirse así le hará reaccionar.

Sentirse mal le hará reflexionar.

Sentirse mal le hará cambiar.

Y porque los errores deben ser pagados.

 

Nuestras intenciones son las mejores, de eso no hay duda. ¿Cuántas veces hemos oído aquello de «quien más te quiere te hará llorar»? Pero quizás ha llegado el momento de cambiar las cosas y comenzar a buscar otras herramientas educativas.

Admitámoslo, el castigo es la herramienta estrella (la más usada) y el pensamiento de que será el dolor el que haga al niño darse cuenta y cambiar, está bastante generalizado. No hay muchos que puedan decir que no fueron educados así. Fueron (fuimos) educados así y sobrevivimos.

¡Es cierto! SOBREVIVIMOS.

Pero ¿qué tal si tratamos de VIVIR? Siempre es mejor vivir que sobrevivir. Superamos aquéllo, también es cierto. Pero tuvimos que pagar un precio.

Sí, sí, ya sé que muchos podréis decirme que aprendisteis, que aquella o aquellas conductas por las que os castigaron cesaron (al menos por un tiempo, o al menos aunque las repitiésemos tuvimos buen cuidado de que no nos pillaran), pero … os pido que por un momento cerréis los ojos y tratéis de buscar un día en que os castigaron cuando érais pequeños. Me gustaría que analizáseis cómo os estábais sintiendo, qué estabais pensando… y qué fue lo que decidisteis que haríais a partir de entonces.

 

Cuando castigamos a un niño, este suele experimentar una de la siguientes emociones:

  • Resentimiento

  • Ganas de vengarse

  • Rebeldía o contrariamente sumisión

  • Baja autoestima

Y es que el castigo va siempre de la mano de la culpa y la vergüenza.

 

Cuando el adulto castiga, gana al niño. Así que en esta lucha de poder, si uno gana, el otro pierde. ¿Y quién pierde? El niño.

¿Qué aprendizaje viene entonces de castigar? Puede que quienes están a favor de ello me digan que sin duda alguna el control de la actitud o comportamiento que se quiere eliminar.

A corto plazo puede que sí, a largo plazo las consecuencias son más desagradables.

 

Con el tiempo el niño entiende que unos ganan y otros pierden, que cometer errores es algo que merece un castigo (revisemos nuestras sensaciones cuando cometemos un error, cuánto nos cuesta tolerarlo. Revisemos nuestra necesidad de constante perfección, tan común en muchos adultos… ), aprendemos a sentir culpa (que no responsabilidad), aprendemos a someternos a la decisión de quien está por encima de nosotros (y esto se palpa claramente en nuestra sociedad), o bien a rebelarnos de forma automática.

 

 

Porque mientras somos niños estamos constantemente tomando decisiones sobre nosotros mismos (quienes somos, si merecemos o no, si somos válidos o no…), sobre los demás y sobre el mundo / la vida.

 

Estamos generando creencias, esas que serán las causantes de las decisiones que tomemos en nuestra vida.

 

 

Cuando castigamos nos estamos centrando en el error y en quién ha de pagarlo, nos estamos centrando en quién tiene la culpa y lo que merece por haber metido la pata. 

Cuando castigamos tratamos de reprimir, de someter y de cortar por lo sano un comportamiento sin ir más allá.

No enseña consecuencias positivas y se basa en el miedo, no en el  respeto. Se basa en la culpa, no en la responsabilidad.

 

 

Pero ¿y si aprovechásemos esos momentos para tratar de hacer ciertas cosas que a la larga cambiarán también el mal comportamiento pero que además les aportarán valiosas herramientas para la vida?

¿Y si cada error fuese el maravilloso escalón que nos ayudase a mejorar?

Porque encuentro también la creencia arraigada de que si no castigas entonces estás dejando que hagan lo que quieran, pierdes el control de tus hijos, eres permisivo…

Pero afortunadamente no necesitamos ni queremos ser permisivos; tampoco agresivos y punitivos.

Es aquí donde aparece la Disciplina Positiva. Un modo firme de educar, pero desde el respeto y el amor.

Firmeza y amor son perfectamente compatibles. Solo hay que conocer qué ingredientes añadir y cuales desterrar para siempre. Y uno de los ingredientes que sobran sin lugar a dudas son los castigos.

 

 

«¿De dónde hemos sacado la loca idea de que un niño ha de sentirse mal para portarse mejor?»

Jane Nelsen

» Un niño que se porta mal es un niño desanimado»

Rudolf Draikurs

 

 

Puedes leer sobre la teoría de Rudolf Dreikurs (cuatro creencias erróneas que generan el mal comportamiento) en este otro artículo.

Cuentos Iceberg

 

 

Algunas ideas que sí ofrecen aprendizaje, crean relaciones familiares saludables y afectuosas, mejoran las conductas a largo plazo y otorgan valiosas herramientas de vida a los niños:

– Cuando algo de lo que ha hecho tu hijo te enfade mucho reconoce tu enfado, dilo. Y luego pide tiempo para calmarte. Ya habrá momento más tarde para hablar del tema (y háblalo cuando te hayas calmado). No grites. Mejor sal a relajarte.

– Si el error implica algo relacionado con la limpieza hacedlo juntos. Omite reproches y gritos. Limítate a observar la situación de forma objetiva. Si algo se ha manchado tenemos que limpiarlo. Si algo está desordenado, tenemos que ordenarlo. Si se han tirado cosas, tenemos que recogerlas.

– Si se trata de peleas una de las estrategias es separar y pedir que más tarde cuando los dos niños (por ejemplo) se hayan calmado pueden volver a jugar. Omite gritos, sermones y casi cualquier palabra si estás nervioso y enfadado. Más tarde podéis hablarlo y tratar de encontrar juntos una solución.

– Para encontrar una solución a los problemas, las soluciones que aportan todos son valiosas. Tanto los niños como los adultos. Escuchar y estar abierto a lo que los niños puedan aportarnos les hará sentirse válidos y parte importante de la familia.

Pide colaboración en vez de obediencia. Uno se sorprende de la reacción de los niños cuando en vez de mandar pide ayuda.

Comparte tiempo «porque sí» con tu hijo, solo sentado a su lado escuchándole. Estrechar la relación y fortificarla hará menos probables malas conductas.

Enseña la conducta apropiada en vez de centrarte en la inapropiada. Si tu hijo pequeño te pega cógele la mano y enséñale cómo hacer una caricia, dile que así es mejor y sonríe.

Muestra respeto por tí mismo, por el niño, por la situación y por los sentimientos de todos.

Olvida frases que produzcan culpa, reproches, etiquetas (eres malo, egoísta, pegón…)

Permite al niño tranquilizarse siempre antes de tratar de hablar del tema. Igual que tú, cuando está enfadado necesita un tiempo para relajarse. Él también puede ir a un sitio especial en la casa para hacer algo que le tranquilice y le relaje (nunca para irse a pensar en lo que pasó, sino para encontrar su sensación de paz y bienestar y estar listo para hablar de lo que ocurrió)

Hay muchas otras cosas que se pueden hacer en el día a día, pero estas pueden comenzar por generar un cambio en casa.

Tratemos de buscar el modo de alentar, motivar y cargar la maleta que vuestros hijos llevarán por su vida de herramientas valiosas, entendiendo que las creencias que se llevan son más importantes que parar una conducta ya. Así que reflexionemos sobre ello poniéndonos en su lugar y observando nuestras propias creencias.

 

 

—He visto que le has dado una patada a Emilio. ¿Qué ha pasado? —dice su madre en tono tranquilo.

—¡Es un idiota! Siempre me está fastidiando —replica su hijo furioso.

—Veo que estás realmente enfadado.

—¡Sí!

—¿Por qué no vas a tu sitio especial o haces alguna cosa que pueda ayudarte a sentirte mejor? —le sugiere mientras le acaricia el pelo.

El niño la mira aún muy furioso y sin decir nada se mete en su cuarto y cierra la puerta.

Anteriormente, mamá y él habían creado un pequeño rincón en la habitación para esos momentos en que se enfadaba tanto. Lo habían llamado «La guarida del dragón» y hasta habían hecho un cartelón con un dragón tomando un baño (eso le recordaría apagar ese fuego relajándose)

Tan solo tenía un par de cojines mullidos, sus tres tebeos favoritos y el aparato de música que le habían regalado por su cumpleaños.

Al poco rato, la mamá oyó la música a buen volumen. El niño cantaba a voces (eso le relajaba bastante según les había contado el día en que prepararon la guarida)

—¡Mamá! Ya estoy mejor —dijo pasados unos minutos.

—Me alegro cariño. ¿Es un buen momento entonces para hablar?

—Bueno…, vale.

—¿Quieres contarme lo que pasó?

—Es que Emilio está todo el día chinchándome y ya estoy harto.

—Vaya —le dice su madre con sincera compasión.

—Pero… igual me pasé.

—Pegar no suele ayudar mucho a resolver las cosas, ¿verdad?

—Pues no.

—¿Qué se te ocurre que podrías hacer para compensarle?

—Iré a hablar con él y le voy a pedir perdón. Pero le voy a dejar clarito que ya está bien de chincharme y que como siga así no voy a jugar más con él —dice frunciendo el ceño.

—Cuéntame qué tal te fue ¿vale? Y si no te sirve a lo mejor podemos buscar más ideas juntos. Te quiero.

 

©Ana Isabel Fraga 2017. Todos los derechos reservados.