Desde la disciplina positiva y el sentido común entendemos que es muy complicado enseñar al niño algo que nosotros no tenemos, que no practicamos… Aquello de ¡haz lo que te digo pero no lo que yo hago! no tiene mucho sentido, pues los niños, al fin y al cabo copian lo que ven.

No te preocupes si tus hijos no te escuchan, te están mirando todo el tiempo

– Madre Teresa de Calculta –
Y es que nuestras acciones son sus ejemplos.
En todo aquello que les pedimos no podemos menos que actuar del mismo modo.
En todos los valores y habilidades de vida que esperamos que adquieran debemos ser ejemplo.
¿Te están dando ya escalofríos? ¿Sientes una especie de armario empotrado de tres cuerpos lleno hasta los topes de ropa sobre tu espalda?
¡Infinito peso! ¡Infinita responsabilidad!
¿Crees que estás preparado para esto?
Antes de que contestes quiero hablarte de lo que verdaderamente significa ser ejemplo en la vida de nuestros hijos.
Si hace unos años me hubiesen preguntado qué era ser ejemplo habría dicho que tener una vida ordenada, una casa donde todo estuviese en su sitio, manejar mis emociones de tal modo que me mantuviese de buen humor y me tomase las cosas con calma, razonando siempre. Hubiese dicho que significaría jugar con mis hijos al final del día y leerles cuentos cada noche con una sonrisa, que supiera siempre cómo actuar ante cada fase, cada situación, cada problema. Hubiese dicho que debía saber conciliar mi vida familiar y laboral sin perderme nada de mis hijos y mostrarles a su vez que podía perseguir mis sueños. Que supiese siempre ver el lado positivo de las cosas, no gritar jamás, no enfadarme nunca, tener siempre las palabras correctas, ser intachable y no equivocarme nunca porque ya debía tenerlo todo previsto, organizado, estudiado y preparado.
Hubiese dicho, para resumir, que debía ser perfecta.
Sí, esto es lo que hubiese dicho hace unos años.
Afortunadamente he cambiado de opinión.
La vida te muestra que nadie, ni aunque aspires a los más altos ideales o pongas todo tu empeño en ello, puede mantener siempre la sonrisa, puede tener su casa siempre ordenada para que los niños se sientan seguros en un espacio recogido, puede mantener la energía suficiente después de un día largo y duro como para leer el cuento con una sonrisa y sin caerse directamente sobre él completamente frita.
Nadie puede mantener siempre la calma o no perder jamás los nervios. Nadie puede ser intachable ni tenerlo todo previsto, organizado y preparado, porque la vida está llena de sorpresas e imprevistos y no siempre reaccionamos del mejor modo.
Y es que yo antes creía que ser ejemplo era ser el modelo de todas las virtudes que aspiraba a transmitir a mis hijos.
Pero me di cuenta de que en la vida jamás, y digo jamás, se deja de aprender.
Que el ejemplo no consiste en representar un conjunto de valores, porque ninguno podremos alcanzar jamás todo ese conjunto en su totalidad e igual para todos.
En realidad ser ejemplo significa representar la imperfección, cómo la gestionas, cómo la aprovechas para aprender de ella.
¿Te sientes algo más ligero?
La presión que sentimos muchos padres y madres hoy en día es brutal, y es brutal porque hemos de ser ejemplo, y erróneamente damos por sentado que ha de ser éste, un ejemplo de perfección, de no errar jamás, de no perder la sonrisa, ni el control…
Pues vengo a derribar de una vez semejante despropósito. Ser ejemplo es…
Asumir y aceptar que somos seres imperfectos y tener la valentía de serlo.
 
No se trata de no aspirar a más o de conformarse con lo que hay (¡es que yo soy así!). ¡No! para nada, de hecho es todo lo contrario. Tener el valor de ser imperfecto es partir de ello para mejorar desde una posición de amor hacia uno mismo, y no de salvaje crítica y autocastigo.
 
 
Asumir y aceptar que la vida es un continuo aprendizaje. Que nunca, jamás, se deja de aprender, y que es la disposición a aprender y no el querer saberlo todo lo que podemos enseñar a nuestros hijos.
 
También podemos reconocer que no sabemos algo, que no supimos reaccionar de la mejor forma, que no teníamos ni idea de lo que hacer o decir en ese momento. Y podemos a partir de ahí tratar de aprender. Pero no será la última lección, sino solo una más de todas las que tendremos que enfrentar casi cada día de nuestra vida.
 
 
Asumir y aceptar que los errores forman parte de nuestra vida, siempre, a todas las edades, en todas las circunstancias, porque así es como mejoramos. Y ser modelos para nuestros hijos de saber aceptarlo, disculparse, y centrarse en las soluciones. Ser modelos para demostrarles que en los errores hay grandes tesoros, las oportunidades de extraer grandes aprendizajes.
 
Errar es humano. Quien dice no equivocarse se miente a sí mismo probablemente por el dolor que le provocó haber cometido errores en su infancia. Te vas a equivocar, seguramente la próxima vez hoy o mañana, quizás varias veces en un día o en una semana… nunca se sabe. Sólo podemos estar seguros de que nos equivocaremos. Esto es inamovible. De ti depende lo que hagas con esos errores. Puedes negarlos, mentir, esconderlos y maquillarlos, pero eso no ayudará a tus hijos y de seguro no te ayudará a ti. ¿Qué tal si los aceptamos con naturalidad, sin culpas ni auto reproches? ¿Qué tal si buscamos lo que aprender de ellos y continuamos escalando hacia arriba en nuestro propósito de ser cada vez mejores personas?
Errores y culpa
Asumir y aceptar toda nuestra variedad de emociones, ya sean más o menos agradables.
 
Siempre alegre, siempre con una sonrisa, siempre de buen humor, siempre en calma, siempre en control… ¡Qué maravillosa utopía! Sí, utopía. Siento pinchar el globo de la ilusión. Esto no es posible, ni tan siquiera es saludable. Y no es saludable porque estamos negando el resto de emociones y cuando hacemos esto puede hasta afectarnos físicamente.
Todas las emociones están ahí, nos gusten o no, sean agradables o no. Están ahí y no mirarlas trae graves consecuencias, como dar a entender a nuestros hijos que no son aceptables. Y sí lo son.
Es aceptable estar contento, triste, enfadado, esperanzado, frustrado, asustado, sorprendido, asqueado… y todas las que se te puedan ocurrir. Todas, todas, todas son aceptables. Por lo tanto atiéndelas y atiéndete. Date tiempo para recuperarte, para consentirte, para amarte, para permitirte llorar, para lamerte las heridas.
Así, como mínimo nuestros hijos no pasarán por esa absurda situación por la que muchos hemos pasado y que hemos expresado así: ¡Me siento mal por sentirme mal!
Sencillamente un rechazo a las emociones que parecen no ser admitidas. ¡Admitámoslas todas! Sin excepciones. Es más productivo aceptarlas y aprender a manejarlas (pero no se logra de un día para otro y no se logra siempre, ¡recuérdalo!)
Practica la autocompasión.
 
¡Ojo! Autocompasión no es ir llorando por las esquinas quejándote y lamentándote en actitud de «pobrecito de mi». No es esta la autocompasión a la que yo me refiero, no.
Me refiero a la capacidad de cuidarte, consolarte, protegerte, ser paciente y tolerante contigo mismo. Una alternativa fantástica a la autocrítica y el autocastigo al que nos sometemos constantemente ante los errores, las equivocaciones y las meteduras de pata. Pero también ante la crítica y opinión de otros.
Vas a estar contigo toda tu vida, ¡podemos asegurarlo sin miedo a equivocarnos! Trátate como tratarías a un buen amigo. En los malos momentos, ¿le pondrías a caldo? ¿o tratarías de hacerle ver todo lo bueno que ha conseguido, de que se sintiese arropado por ti para que pudiese salir adelante, de que pudiese llorar en tu hombro?
¿Porqué no te tratas a ti mismo así? ¡Anímate a hacerlo!
Esforzarnos con ganas en mejorar, aprender, superarnos, crecer como personas, evolucionar… 
Pero no todos los días, no siempre… porque somos seres humanos, no máquinas.
 
 
 
¡¡¡Disfruta siendo tú mismo y rompe el corsé de la perfección!!!