A veces me siento triste. ¿Y tú?

¿Crees que estar triste es bueno? ¿Que es malo?

¿Qué piensas de la tristeza?

La tristeza es una emoción. Sí, no digo nada nuevo.

Pero si te digo que todas las emociones están bien, entonces… ¿sentir tristeza está bien? Pues sí, está bien; y puede que eso te rechine, porque no es lo que nos han enseñado.

Sentir tristeza está bien.

¿Te estoy sugiriendo con esto que te dejes arrastrar al pozo de la amargura? ¡Pues no!

Lo que te sugiero es que la aceptes, que no la rechaces, que no luches contra ella.

Sé que esto no es lo que solemos oír. Sé que cuando estás triste, como a casi todos, lo que te dicen es:

«¡Animo, no es para tanto!»; «Anda, no llores, que no me gusta verte llorar»; «Tampoco es para ponerse así»; «Para lo que te sirve llorar…»; «Venga, no pienses mas en ello»; «No quiero verte así de triste».

Y frases por el estilo, todas ellas con un nexo común: negar la emoción, aplastarla y hacerte parecer inadecuado por sentirla. ¡Ojo!, todas con la mejor de las intenciones, esa intención que pretende que al no mirar la emoción ¡desaparecerá! como por arte de magia.

¡Craso error!

¿Pero entonces que te propongo?

Te propongo sacarle el jugo a tu tristeza, porque hay un gran tesoro tras ella, un tesoro de incalculable valor: el medio para recuperarte y reflexionar.

Cuando estamos tristes nuestra energía baja y se queda bajo mínimos. No nos apetece hacer nada y parece como si todo lo externo a nosotros perdiera brillo y pasase a un segundo (o tercer) plano. Estamos totalmente «encuevados» en nuestro interior.

Entonces podemos hacer varias cosas:

  • Negarlo y tratar de seguir como si nada. La consecuencia es una pérdida de brillo general en nuestra forma de mirar la vida.
  • Dejarnos arrastrar por ella alimentándola con pensamientos negativos.
  • Aceptarla y acogerla.

Habrás adivinado ya que las dos primeras, a pesar de que suelen ser las que escogemos… no son las más adecuadas. Aceptarla y acogerla es una forma de gestionar la tristeza emocionalmente inteligente.

¿Cómo aceptamos y acogemos a la tristeza?

  • Llámala por su nombre

    , dilo en voz alta o en tu mente, no importa: «Estoy triste»

  • Acéptalo entendiendo

    que todos la sentimos y que no es nada malo, no eres defectuoso por sentirte así: «Estoy triste y está bien»

  • Acógela escuchando su mensaje

    . La tristeza te pide que descanses, que dediques tiempo para estar contigo, para llorar tu pena (sea la que sea), para sanar tus heridas con compasión y amabilidad, para actuar contigo como lo haría un amigo de esos que valen oro (de los que escuchan sin juzgar y te ofrecen un abrazo)

Llorar es bueno, llorar ayuda a digerir la tristeza y a descargar la pena.

  • Reflexiona sobre los cambios que necesitas

    para mejorar aquello que haya provocado tu tristeza, pero espera un poco a ponerlos en práctica. Sabrás que ha llegado el momento de hacerlo cuando la luz vuelva a salir a través de tu corazón, cuando hayas soltado esa pena, cuando sientas que la energía vuelve poco a poco.

¿Y si es el niño el que está triste?

  • Consuélale sin juzgarle.

  • Escúchale con atención plena y comprensión,

    No trates de solucionárselo todo tú.

  • Abrázale sin más.

    A veces solo hace falta esto para reconfortar al otro.

  • Ponte en su lugar, empatiza con él.

    Es probable que tú también te sintieses así si estuvieses en su piel y situación. Házselo saber.

  • Explícale qué es la tristeza, cuéntale cuáles son sus tesoros; ¡ahora ya los conoces!

    Y puedes leerle el cuento de Dopi y el baúl de la tristeza 😉

  • Ten la paciencia necesaria para dejar que sane su corazoncito herido, no le metas prisa.

    Estate dispuesto para consolar, abrazar y escuchar, para ayudarle a buscar soluciones haciéndole preguntas que le lleven a sus propias conclusiones o ofreciéndole varias alternativas si no se le ocurre nada,

¿Quieres enseñarles todo esto a tus hijos?

Puedes leerles «Dopi y el baúl de la tristeza», de mi libro Emociones con Cuento, en el que descubrirán todos los tesoros que encierra la tristeza.

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©Ana Isabel Fraga Sánchez 2016. Todos los derechos reservados.