¿Has sentido alguna vez que tu vida es un asco comparada con la de «no-sé-quién» del que ves sus fotos en instagram, sus publicaciones en Facebook, etc.?

Te levantas después de una noche toledana (o sea mala, mala), sin ganas ni de peinarte, y echas un vistazo a las últimas noticias de todas esas personas a las que sigues en alguna de las redes sociales. Puro entretenimiento para desconectar un poco y ver qué se cuece por ahí.

Entonces te encuentras con esa mamá que dice haber pasado una noche igualmente toledana mientras en la foto sonríe con su cutis maravilloso y te suelta una maravillosa frase de reflexión que te cala en lo más hondo, para hacerte sentir como el desastre mayor del reino. Posiblemente por tus pocas ganas de peinarte y la desgana de publicar frases maravillosas cuando lo que quieres es dormir, o quizás porque más que frase maravillosa lo que te apetece es escribir unas cuantas barbaridades derivadas de tu cansancio y del resto del día que te queda por delante.

O sin irnos tan lejos, acabas de discutir con tu hijo adolescente porque ya no puedes más con la leonera de su habitación y te encuentras con otra publicación del estilo donde todo se resolvió fantásticamente y todos parecen super felices.

Bueno, o no te ha pasado nada en concreto pero te vas comparando con todas esas idílicas vidas que muestran momentos maravillosos, fotos en la playa (¡ufff, y nosotros que no salimos casi nada!), niños perfectamente vestidos y súper limpios (no sé conjuntar la ropa de mis hijos, la verdad, y la ropa limpia no les dura ni una hora), los ratos en el gimnasio (jo, ella sí que sabe sacar tiempo para cuidarse. ¿Qué estoy haciendo mal que a mí no me da la vida?), niños colaboradores (jolines, los míos lo hacen a veces pero la verdad que no lo consigo siempre), y etc, etc, etc…

Esta es una de las razones por las que yo me resisto a publicar este tipo de cosas en mis perfiles de redes sociales. Me cuesta un mundo solo pensar que puedo dar esa imagen.

Porque mi vida tiene sus desastres, como la tuya. Me esfuerzo en hacer las cosas de otra forma, pero ni me salen siempre ni soy perfecta. También me encuentro con problemas que a veces no sé resolver y tengo que dedicar tiempo a buscar la forma. También me levanto sin ganas de peinarme algunas veces. También lloro, también me desespero.

Mi vida no es perfecta. Tampoco me gustaría que lo fuese.

 

En las redes sociales, salvo contadas excepciones lo que se muestra es una idealización de la vida, una sola cara y a veces una cara muy lavada y maquillada que ni siquiera es una parte real del todo.

 

Las redes sociales se han convertido en un escaparate de «me gusta», y mejor de «me encanta» donde el número de los que recibamos es la medida en que crece nuestra autoestima o nuestro sentimiento de pertenencia.

Tengo que confesar que me produce rechazo y confusión. Un poco lo mismo que me ocurre cuando veo esas revistas dirigidas a la mujer donde salen solo cuerpos en apariencia perfectos e idílicos, endiosados y nada reales.

He tenido muchas veces el móvil en la mano para hacer una foto, mostrar algo que me parecía genial que había conseguido con mis hijos por ejemplo, o una situación chula. Y en alguna ocasión lo he hecho, pero sin sentirme del todo a gusto. ¿Por qué? Por que eso es un escaparate muy selectivo y cuando seleccionas tanto la imagen que das es irreal, difusa y pienso que dañina para otras personas. Tal y como lo hacen muchas revistas (hacen que parezca que la realidad es así y que la que está mal eres tú). Por eso también he procurado expresar algunas de mis zonas grises (lo que hago sin tapujos en muchos de mis artículos contando mis experiencias, nada sencillas, de mi día a día)

La maternidad no es esto. Al menos no desde mi punto de vista.

La vida real no es esto.

Y estas cosas, si no somos muy conscientes de ellas nos arrastran a la frustración y la culpa. Incluso a la pérdida de autoestima. Y a querer lograr una vida que nada tiene que ver con la vida real, ni siquiera la de esa persona. También a despojarnos de nuestra capacidad de vivir el momento, de aprender con alegría y de conectar con la idea de crecimiento, que acabamos confundiendo con la idea de «dar un perfil». Un perfil de madre o de padre (o de lo que sea, que esto se extiende a todo) utópico.

 

No estamos aquí para ser perfect@s, sino para crecer, aprender de los errores, mejorar… Y también para aceptarnos, querernos y caminar la vida saboreando el presente.

 

Muchas veces, reflexionando sobre mis propios errores y circunstancias me he preguntado ¿Es posible ayudar a los demás a educar desde una perspectiva de respeto y cariño cuando a mí no siempre me sale bien? ¿Es posible mostrarse vulnerable y al mismo tiempo dar cuanto conoces?

La respuesta ha sido siempre un SI ROTUNDO.

No sé si porque es así realmente o porque simplemente es la única forma en la que yo me siento auténtica. Sea como sea así es como yo quiero hacer las cosas. Porque desde la vulnerabilidad puedo mostrar cómo voy avanzando en mis retos e inspirar a otros a lograrlo, sabiendo que desde ahí alimentas de fuerza y de motivación.

Y es que desde la imagen de perfección lo único que inspiras es frustración.

¿Qué piensas tú sobre esto? ¿Te has sentido así alguna vez?

 

 

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