Lo habré oído un millón de veces:

«Piénsalo con calma. No te precipites»

«No hace falta que tomes una decisión ya. Date tiempo».

Me lo han dicho a mí y se lo han dicho a mis hijos. Y me revienta.

Porque aunque estoy de acuerdo en que es importante pensar las cosas bien pensadas, me pregunto ¿quién establece cuánto tiempo es necesario para eso?

Antes daba por sentado que los tiempos de los demás eran los correctos. Debe llevarte días, semanas o meses… si te lleva minutos u horas lo estás haciendo mal, eres una persona impaciente y precipitada, inmadura e impulsiva. No te digo nada si te lleva unos segundos.

En pocos casos o ninguno se contempla que existan tiempos diferentes para hacer las mismas cosas. Si la fabada se cocina en 3 horas, debe ser en 3 horas. Hasta que llegó la olla express que te las hace en la cuarta parte del tiempo, claro. Pero en cuanto a humanos, las ollas express estamos un poco mal vistas o casi mejor dicho no estamos vistas.

Por eso quiero hacer algunas puntualizaciones al respecto, que marcan enormemente la diferencia.

  • Estoy de acuerdo (aunque no al 100% y luego os explico por qué), en que las decisiones deben ser tomadas valorando las opciones, reflexionando y pensando en lo que puede ser mejor. Pero…, eso no significa que necesites semanas o meses. O sí. Es decir, ¿cuánto tiempo te lleva a ti reflexionarlo y valorarlo? Pues ese tiempo es el correcto. Me da igual si eres rápida como una bala o lenta como un caracol. Todos y cada uno de esos tiempos son correctos, están bien y no hay más que decir. Por eso, ¡basta ya de decirnos a las personas que tenemos una mente rápida que nos calmemos y ralenticemos nuestros tiempos! No veo ninguna razón para hacerlo y la de que la mayoría lo hace así ya no es un buen motivo para mí. El mejor de los motivos para mí ahora es respetar mi individualidad y no permitir que se me tache por ser diferente.
  • No todas las decisiones necesitan de una valoración exhaustiva. El instinto es una buena herramienta, y si lo vemos no como magia, si no como el trabajo del subconsciente que analiza y crea asociaciones a velocidades imposibles lo que el consciente no puede ver, entonces cobra mucha más importancia. Yo me fío mucho del mío. De esas asociaciones y de las sensaciones que me produce el pensar en una u otra decisión, y me decanto por aquella que me crea mejores emociones y bienestar. Y este proceso, me temo, de lento no tiene nada. Es veloz a tope. ¿Es esto inmadurez? ¿precipitación? ¿impaciencia? Pues a mí me parece que es conexión con el interior de uno mismo y confianza en las percepciones que se tienen, más allá del intelecto.
  • Es importante conocer cuándo estamos tomando una decisión de supervivencia y cuando es lo anterior que os comentaba. De esta forma podrás, en este caso sí, parar a respirar y tomarte un poco más de tiempo. Las decisiones de supervivencia son muy básicas, concretamente tres: Huir, atacar o paralizarse. Y siempre son consecuencia de un estado emocional muy intenso. Un estrés enorme, un enfado supremo, un miedo potente… En estos casos, ni el instinto ni nuestra parte más racional están disponibles, solo prima reaccionar sin más.

Antes me avergonzaba de muchas de mis características, básicamente porque no cuadraban con las que me decían que tenían que ser. Y siempre sentí que no podía expresarme tal como era. Hoy me enorgullezco de expresar mi diferencia y me gustaría que tú también te enorgullecieses de la tuya.

La neurodiversidad está ahí. Las diferencias están ahí, y son valiosas y enriquecedoras.

Dejemos de tratar que todos seamos iguales.