Mi propia historia y mis propios errores me lo dicen.
Las familias intensas, es decir, las familias en las que algunos de sus hijos o hijas es intenso, muy sensible y de carácter fuerte somos cuestionadas muy a menudo, especialmente si tratamos de educarles con paciencia y respeto.
Sabemos que somos objeto de críticas. Lo notamos en alguna frase que nos repiten a menudo:
«Quizás no deberías consentirle tanto»
«A lo mejor tienes demasiada paciencia»
«A mí me castigaron y aprendí»
«Eso vale para ti, yo no lo consentiría»
«Uff, yo no podría aguantar eso. Le doy una bofetada y se acabaron las tonterías»
«Eres tú quien tiene que mandar, no él/ella»
«Si tanta gente te lo dice… será porque tienen razón» (Esta es de mis favoritas, en la que seguir al rebaño y a las masas es desde luego, la mejor opción. Esta sería, sin lugar a dudas, la mejor elección para no evolucionar ni cuestionarnos normas y creencias obsoletas y dañinas)
Y un largo etc. (Déjame en comentarios algunas de las frases memorables que has tenido que oír)
Todas esas frases, por supuesto, están fundamentadas en creencias tales como que el respeto es permisividad, que la paciencia puede ser demasiada (nunca lo es), o que demasiada paciencia en realidad significa permisividad igualmente (es una forma más fina de decirlo), que los castigos son la mejor herramienta para educar, que tú consientes (porque si ocurre es que tú lo consientes, no importa cuantas veces repitas que tú no consientes eso porque si no usas un castigo la interpretación es que lo estás consintiendo), que no tienes autoridad ninguna…
También lo notamos en miradas de desaprobación, en comentarios por lo bajo que tú llegas a oír aunque piensen que no, en ejemplos de la educación que esas personas han dado a sus hijos (y que sientes a modo de lección, a ver si lo captas) o que ellos mismos recibieron, en que de pronto esa otra persona se pone autoritaria con tu hijo/a… como si pretendiese sustituir tu pobre labor educativa.
Y todo eso nos hace daño, claro que sí, porque el día a día a veces se hace duro con tanta intensidad.
Nos hace mucha más falta el apoyo que el cuestionamiento.
Pero no suele ocurrir. Desafortunadamente parece que el entorno suele pensar que tiene la llave que te falta, y que ellos lo harían, sin lugar a dudas, mucho mejor que tú, que a sus ojos parece que no tienes ni idea de lo que haces, y que te dedicas a pedirle las cosas amablemente mientras tu hijo te vocifera y se salta todas las normas establecidas, o que toleras que llore por una cosa que de nuevo, a sus ojos, no tiene la importancia suficiente.
Todos tienen la solución a tu vida familiar. Y todos la tienen porque no tienen ni idea.
Y la ignorancia es sumamente atrevida. En este caso, además, dolorosa para nuestras familias.
Y no importa si tú has asistido a clases para padres, si has leído un porrón de libros, si te has formado, si has acudido a un psicólogo o si tienes una valoración de lo que sea. No importa todo tu esfuerzo diario en ser firme de la mañana a la noche tratando de serlo con paciencia y tranquilidad (porque no hace falta ser un borde, ni ser agresivo para ser firme), no importa lo que has llorado al final de muchos días porque no podías más, no importa todo lo que has logrado, no importa que tu hijo esté creciendo con autoestima, no importa que estés dando lo máximo. Porque, por supuesto, todo es culpa tuya.
Te juzgan, desde el pequeño agujerito desde el que ven tu vida, porque el resto que no ven lo rellenan ellos con su forma de interpretar las cosas. Sin más. Te juzgan, te critican y te señalan (no siempre con el dedo, sí con sus pensamientos)
Total, que acabamos aislándonos. Es una forma rápida de evitar todo esto y al menos no cargar con una situación más que también cuesta manejar.
Ahora bien, en otras ocasiones el juicio y el cuestionamiento vienen mucho más de frente. Ya no es una simple frase soltada al aire de vez en cuando, o una mirada que tú ves de soslayo… No, a veces te sueltan todo lo que piensan sobre la forma en que educas a tus hijos a la cara. Sin haberlo pedido.
Y quiero hablarte de 3 errores muy muy fáciles de cometer cuando nos pasa esto. Y te los cuento porque yo los he cometido. Pero… esto me ha servido para aprender, Y quiero enseñártelo a ti.
ERROR 1
Intentar hacer entender a la otra persona la forma en la que educas a tus hijos y por qué.
Te desgañitas dando argumentos, explicando, justificando por qué actúas así o asá. Habitualmente vas a encontrarte con incredulidad, es casi seguro que no van a escuchar nada de lo que digas porque sus argumentos ya están bien fijados en su mente, y ya te han sentenciado hace tiempo: No tienes ni idea de cómo «meter en vereda» a ese hijo tuyo tan intenso.
ERROR 2
Sentirte comprometida a escuchar a esa otra persona.
Principalmente porque estas personas suelen ser de tu entorno más cercano (familiares o amigos). Es difícil que alguien más externo a ti se atreva a confrontarte así. Por lo tanto surge ese compromiso de no faltar al respeto a esa persona dejando que diga lo que quiere decir, aunque eso signifique escuchar cómo se te va desgarrando el corazón.
ERROR 3
Tratar de hacer entender a la otra personas las particularidades de tu hijo/a.
Explicándole lo que es la alta sensibilidad, o sus características de temperamento innatas (de las que tratas de sacar lo mejor, paso a paso y con paciencia).
Eso, para estas personas son pamplinas. Pamplinas gordas que usas como disculpa para no actuar como deberías hacerlo.
¿Te ha pasado algo de esto a ti? ¿Has caído en alguno de estos errores? (Déjamelo en comentarios)
¿Cuál es la solución?
Parar la conversación en sus inicios. Como se suele decir, «mata al gigante mientras es pequeño». O sea, cuando veas lo que se viene…
- Busca la forma de cambiar de tema
- Deja claro que no es un tema en el que vayas a entrar
- Encuentra el modo de irte a otra parte.
¡Páralo!
Porque cuando una conversación así, comienza a crecer, la indignación y el dolor que sientes pueden llevarte a no poder parar. Y a engancharte en esos tres errores (y posiblemente algunos más) que después tienes clavados durante una temporada.
Practica estos pensamientos y agárrate a ellos…
- Me siento segura en mi labor como madre/padre.
- Es normal que no lo comprenda. Le faltan muchos datos y mucho entendimiento.
- No tengo que convencer a nadie para sentir que lo hago bien.
- No es fácil entender esta situación y sí es muy fácil juzgar.
- Sus argumentos son muy pobres y basados en creencias obsoletas y sin ningún fundamento.
- La mayoría no tiene por qué tener la razón. Solo basta echar un vistazo a la historia y ver cómo los cambios importantes de nuestra humanidad comenzaron por unos pocos que pensaban diferente.
Yo he cometido los tres errores de los que te hablo. Y no hace mucho que me ha pasado, a pesar de saber todo esto y de tratar de pararlo desde las primeras frases. No siempre se puede, no siempre lo vamos a lograr, pero hazlo siempre que puedas. Ganarás en salud.
©Ana Isabel Fraga 2020. Todos los derechos reservados.