«Una buena torta a tiempo te solucionaría estos problemas»

 

Entendiendo a los padres

La presión que ejerce nuestro entorno hacia la educación que proporcionamos a nuestros hijos es a veces bastante complicada de llevar. Hay muchas frases hechas, muchas creencias y muchos «pilotos automáticos» que ensombrecen nuestras buenas intenciones.
Puede ser la vecina, el panadero, una mamá en el parque o directamente dentro de tu propio círculo familiar.
En muchas ocasiones esta presión social provoca situaciones – conductas que no queremos y al final terminamos cediendo a la presión y actuando del modo en que no queríamos hacerlo, con lo cual la culpa nos da martillazos contra el pecho desaforadamente mientras obtenemos una sonrisa complaciente que subraya un «ya te dije que eso era lo que tenías que hacer»; aparte de sentirnos estrangulados por nuestros bienintencionados ideales que en ese momento se convierten en poco menos que una tormenta interior.

Y es que las miradas inquisitivas, las afirmaciones tajantes sobre la importancia de una buena torta a tiempo, o los gestos paternalistas de los otros pueden doler bastante.
Pero basándonos en nuestra premisa del respeto hacia nosotros mismos, los otros y la situación no es cosa de tratar de convencerles con largas explicaciones, ni de enfrentarnos en una lucha de a-ver-quien-tiene-más-razón. Porque hemos de entender que nadie, y digo nadie, tiene la verdad absoluta en su mano, por tanto ¿para qué malgastar energía en tratar de convencer? En todo caso usémosla para poner, con respeto y amabilidad, límites. «Así es como yo quiero hacerlo. Así es como yo quiero educar a mis hijos» Sin llevar banderas de nada, sabiendo que si así lo haces es porque es lo que tu corazón te dicta, y sintiéndote libre de hacerlo así, como lo sientes.

Pero es más que evidente que para poder actuar de este modo ante la presión social antes hemos de tener claro que si nos duele no dejará de hacerlo así, sin más. Un pensamiento que puede ayudarnos a crear un caldo de cultivo apropiado para sentirnos mejor cada vez es perguntarnos:

«¿Quién me importa más, mi hijo o las opinones de los otros?»

Y es evidente cual es la respuesta, así que hemos de tomar esa dirección, aunque no resultará sencillo muy probablemente.

Entendiendo a los niños

Para explicar un poco qué es la mala conducta cito un párrafo del libro Cómo educar con firmeza y cariño, de Jane Nelsen (autora de los libros sobre Disciplina Positiva y fundadora de la misma)

 

La mala conducta no es más que una falta de conocimiento (o conciencia), una falta de desarrollo, una expresión de nuestro desánimo, o, a menudo el resultado de algún incidente que nos induce a reconectarnos con nuestro cerebro primitivo, donde la única opción radica en entablar luchas de poder o en retraernos y no comunicarnos.

 

Las malas conductas surgen por tanto fruto del desánimo, de la falta de competencias, de nuestro cerebro inferior (reptil) o de conductas que son apropiadas de la edad, aunque sean molestas o inadecuadas.
Por lo tanto más qué reaccionar a una conducta hemos de tratar de ver su causa y buscar soluciones para ella.

Solucionar la causa de dicha conducta

  • Motivando, transmitiéndole al niño que sabemos que puede lograrlo.

 

  • Tratando de que el niño se sienta tenido en cuenta, se sienta importante dentro de su círculo (familia, colegio…) de una forma positiva, se sienta considerado y parte de todo ello; para lo que es importante que forme parte también del aporte de soluciones.

 

  • Aportando competencias, enseñándoselas al niño y ayudándole a practicarlas dándole cada vez más espacio para su práctica. Es decir, entrenando habilidades con el niño.

 

  • Enseñando al niño a reconocer el momento en que va a perder el control y dándole alternativas respetuosas como un tiempo fuera positivo (tiempo de recuperación, de relajación, no de castigo ni de pensar en lo que ha hecho mal)

 

  • Paciencia por nuestra parte al comprender conductas que son apropiadas a la edad y al tratar de enseñar o redirigir ese comportamiento, que acabará calando con persistencia y constancia.

 

*Estas son solo algunas de las muchas herramientas respetuosas, amables y firmes que podríamos emplear


                       
Aprovechar la oportunidad para enseñar habilidades para la vida

  • Autocontrol (capacidad para calmarse): enséñale a contar hasta diez, o a retirarse cuando esté demasiado enfadado para volver a su centro, a sacar el enfado de formas en las que no haga daño a otros ni a nada (dibujar cómo se siente, respirar, golpear un cojín…)

 

  • Empatía: a través de preguntas «¿cómo crees que se sintió Luis cuando le llamaste tonto?» «¿cómo podríamos ayudar a Lucía que ahora mismo se siente muy triste?» (las preguntas en tono de curiosidad, no de reproche ni de juicio)

 

  • Responsabilidad (que no culpa): buscando que puedan enmendar algún error (repararlo…), que se hagan cargo de tareas que puedan realizar…

 

  • Mayor conocimiento de sí mismo y de sus emociones (Inteligencia Emocional): nombrando sus emociones, aprendiendo sobre ellas (con cuentos por ejemplo), permitiendo que las sientan y dándoles salida de formas saludables.

 

  • Centrarse en las soluciones en vez de en quién tiene la culpa y lo que ha de hacer para pagarlo: Esto les dará habilidades para resolver conflictos.

 

  • Entender que los errores son parte del ser humano y que podemos considerarlas maravillosas oportunidades para aprender. Por tanto mejor que reprochar, preguntar » ¿Qué has aprendido?» «¿Cómo podemos hacerlo la próxima vez?»

 

  • Aprender a pedir disculpas y a tratar de reparar el error.

 

  • Y muuuuuuuuchas otras.



Conectar con las emociones del niño, acercarnos a él en vez de alejarnos.

  • Conexión y empatía con el niño antes que hacer cualquier tipo de corrección.

 

  • Es más fácil corregir una situación-comportamiento desde la empatía y la comprensión que desde la lucha, la culpa o la vergüenza.

Porque una torta puede frenar un mal comportamiento

Y es que no me cabe duda de que tanto el castigo, como el uso de la culpa, la vergüenza o la torta a tiempo son capaces de frenar una conducta  en el momento (aunque no siempre), pero hemos de reflexionar sobre el precio a pagar (lo que también puede ayudarnos a superar con más facilidad esa presión social) y sobre nuestro verdadero objetivo educativo: aportar al niño habilidades que le sirvan para manejar su vida que ni con la torta, ni con el castigo ni con la culpa o la vergüenza se entrenan ni desarrollan.

Analizando el «precio» pagado

En todas las situaciones se producen uno o más de los siguientes «pagos a cuenta» emocionalmente hablando:

 
Rebeldía por parte del niño, lo que se traduce en luchas de poder habituales con los adultos. O por el contrario podemos encontrar sumisión.

 

Necesidad de vengarse, lo que puede empeorar el comportamiento que se pretendía corregir o bien fomentar otros encaminados al mismo propósito.

 
Resentimiento hacia el adulto al sentirse injustamente tratado, con el consiguiente alejamiento que esto produce del niño hacia los mayores.

 

Bajada de autoestima. «Merezco sentirme así porque soy malo»

 
– Seguir con el mismo comportamiento pero aprendiendo a que «no le pillen»

 

Estoy segura de que no son estas «consecuencias» las que buscamos y recordarlas puede ser determinante para no ceder a la presión de nuestro entorno en cuanto a la forma de educar a nuestros hijos.

 

Aún así, recordad, saber todo esto no es sinónimo de no equivocarse nunca ni de ser padres perfectos.
Somos imperfectos, no siempre nos saldrá bien, pero conocer todo esto nos ayudará a hacerlo muchas más veces mejor y a entender que no debemos juzgar a ningún padre/madre por su modo de educar, sino limitarnos a tratar de hacerlo en nuestro hogar tal como lo sintamos.

 

 

© Ana Isabel Fraga Sánchez 2016. Todos los derechos reservados.